Solemos creer que nuestros juicios morales son inamovibles pero en realidad no es así. Y lo interesante es que a veces bastan estímulos insignificantes para hacernos cambiar de opinión. De hecho, todos los estímulos que nos rodean están determinando nuestras decisiones, incluso si no somos conscientes de ello.
El simple acto de cerrar los ojos puede afectar nuestros
juicios morales. Los investigadores piensan que todo se debe a un mero problema
de visualización. Es decir, cuando cerramos los ojos y a nuestro cerebro no
llegan los estímulos visuales que nos rodean, podemos concentrarnos mejor en la
historia, normalmente esto hace que la imaginemos con mayores detalles y, por
tanto, que reaccionemos de una manera más intensa ante sus consecuencias.
Por otra parte, poder imaginar un escenario con mayor
nitidez también nos permite reflexionar con mayor profundidad sobre lo que está
sucediendo. Por tanto, nos lo tomamos más a pecho y respondemos de forma más
“emocional” y “rígida”.