sábado, 4 de febrero de 2012

Alvarez Puga Ernesto Zedillo y Los Apodos

Los alias, como en la vida real, tienen una relación causa-efecto con la empatía que provocan a quienes se les aplican. A más ineficiencia y odio, más peyorativo y cruel se vuelve, y en el caso de los mandatarios, llega como una forma de aliviar la tensión que su misma incompetencia provoca.Por alvarez puga.

Es natural que luego de tantas revoluciones, maximatos, magnicidios y crisis permanentes, la gente llamara El Presidente Caballero a Manuel Ávila Camacho, quien trajo al país un poco de estabilidad sobre la cual se construyó el desarrollo sustentable. A mi general Lázaro Cárdenas tampoco le fue tan mal, pero la raza utilizó su trompita en pucheros como exigiendo beso para llamarlo El Avión (traducido como El Labión) o Trompapendécuaro.

Aunque poner apodos es uno de los pasatiempos favoritos de los mexicanos, estamos muy lejos de la imaginación mostrada por Germán Dehesa y más cerca de las obviedades que utiliza el Perro Bermúdez. En esa ruta es que el flaco Adolfo Ruiz Cortines fue conocido como El Faquir desde su época militar, aunque más bien estuviera destinado a no engordar. En 1952, cuando supo que sería el próximo presidente de México, se fue con dos amigos a comer tacos al centro del DF y luego se metió al Metropólitan a ver una película donde seguro ordenó palomitas. Siguiendo con los defectos físicos, recordemos a Carlos Salinas, récord Guinness de apelativos impuestos a alguien que tiene orejas grandes e interminable calvicie. Qué decir de Díaz Ordaz, a quien llamaron Tribilín, Trompudo o Chango, y quien ya en el exilio aceptó su condición y aprovechó para darle un raspón a su sucesor Luis Echeverría El Loco: “A mí me hacían chistes por feo, no por pendejo”, recordaba don Gus. De don Francisco I. Madero, El Presidente Pingüica o El Enano del Tapanco ya ni hablar.

Otra forma de pasar a la posteridad con un nombre distinto al registrado es a través de un derrapón. Es el caso de José López Portillo, Jolopo, causante de los seis peores años en nuestra historia y quien deseaba que lo recordáramos como Quetzalcóatl, pero no pasó de ser El Perro, y no por haberse ligado a Sasha Montenegro —sueño erótico de varias generaciones—, sino por decir que defendería el peso como rabioso can. El Llorón de Icamole se le quedó a un dolido Porfirio Díaz, tras perder con su ejército una batalla crucial en esa población de Nuevo León. Pascual Ortiz Rubio, quien fue impuesto por Plutarco Elías Calles El Turco, se le conoció como El Nopalito, dicen que “por baboso”.

Y si Antonio López de Santa Ana fue El Quinceuñas, por rata, Adolfo López Mateos fue El Mangotas o López Paseos, y Miguel Alemán Valdés inició como Míster amigo, por su facilidad para la diplomacia, y acabó siendo Sonrisal o Sonrisas Colgate por su tendencia al optimismo. No por nada deseaba que cada mexicano tuviera “un Cadillac, un puro y un boleto para los toros”.

Debido a que esa costumbre va a la baja es que ni Ernesto Zedillo (entre los cómicos le decían Pedillo,, Vicente Fox (¿La Boca? ¿Rancherote?, no me vengan) o  Hasta el Ratón Miguelito, puesto a Miguel de la Madrid, supera a los recientes. Y eso que de gracioso no tiene nada.alvarez puga.

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